Traducción de Marcelo Expósito, revisada por Joaquín Barriendos
Para Félix Guattari el capital es mucho más que una simple categoría económica relacionada con la circulación de bienes y la acumulación. El capital, para Guatarri, es más bien una categoría semiótica que concierne a todos los niveles de la producción y a todos los niveles de estratificación de los poderes. Según una definición guattariana que se remonta a los años setenta el capital es un "operador semiótico".
Las componentes semióticas del capital funcionan siempre sobre un doble registro. El primer registro consiste en la "representación" y en la "significación", las cuales se organizan mediante semióticas significantes (la lengua) con vistas a la producción del "sujeto", del "individuo", del "yo". El segundo es el registro maquínico organizado por semióticas asignificantes (tales como la moneda, las máquinas analógicas o digitales de producción de imágenes, sonidos e informaciones; las ecuaciones, las funciones, los diagramas de la ciencia; la música; etc.) que "pueden poner en juego signos que tienen un efecto simbólico o significante, pero cuyo funcionamiento propiamente dicho no es simbólico ni significante". Este segundo registro no se dirige a la constitución del sujeto, sino a la captura y la activación de elementos presubjetivos y preindividuales (afectos, emociones, percepciones) para hacerlos funcionar como piezas de la máquina semiótica del capital.
Las funciones de
sujeción social y de alienación subjetiva de las semióticas significantes
El sistema capitalista produce y distribuye, a través de la representación y la significación, roles y funciones; nos equipa con una subjetividad y nos asigna una individuación (identidad, sexo, profesión, nacionalidad, etc.), de manera que todo el mundo está apresado en una trampa semiótica significante y representativa. Esta operación de "sujeción social" [assujettissement social] preestablece identidades y roles ("subjetividad racionalista capitalista"), subordina la multiplicidad y la heterogeneidad de las semióticas presignificantes o simbólicas al lenguaje y tiene funciones de representación y de significación.
Las semióticas simbólicas corporales (todo medio de expresión preverbal, corporal, icónico: la danza, la mímica, una somatización, una crisis nerviosa, una crisis de llanto, las intensidades, los movimientos, los ritmos, etc.) no dependen ni del lenguaje significante ni de la consciencia. No ponen en juego ni a un locutor ni a un auditorio perfectamente discernibles tal y como lo postulan los modelos de análisis comunicacionales y lingüísticos; la palabra no ocupa en ellas un primer plano. Estas semióticas están animadas por los afectos y dan lugar a relaciones que son difícilmente asignables a un sujeto, a un yo, a un individuo. Desbordan los límites subjetivos individualizadores (las personas, las identidades, los roles y las funciones sociales) al interior de los cuales el lenguaje querría encerrarlos y reducirlos. El "mensaje" no tiene lugar en cadenas lingüísticas sino en el cuerpo, las posturas, los ruidos, las imágenes, las mímicas, las intensidades, los movimientos, los ritmos, etcétera. Atender exclusivamente a las semióticas significantes tiene, según Guattari, las siguientes consecuencias: "Esta subjetividad pática [afectiva (NdA)], en la raíz de todos los modos de subjetivación, queda ocultada en la subjetividad racionalista capitalista que tiende a soslayarla sistemáticamente".
Rebatir estas modalidades de expresión de las semióticas significantes es una operación política en tanto que, por una parte, "adquirir significación es siempre inseparable de tomar el poder" y porque, por la otra, no hay significado ni representación independientes de las significaciones y representaciones dominantes. El poder de acción de los signos lingüísticos y no lingüísticos está apresado en la lógica de la representación y de la significación que neutralizan y reprimen todas las otras funciones del lenguaje y de los signos. Hay una pretensión común a la lógica capitalista de las sociedades disciplinarias y a la lógica socialista y comunista: la relación con lo real debe pasar forzosamente por una mediación. Sin significación ni representación no hay acceso a lo real. En la tradición del movimiento obrero no hay política posible sin "toma de conciencia" (significación) ni sin "representación" del pueblo o de la clase por el "partido". Semiótica y política, gobierno de los signos y gobierno del espacio político están estrechamente ligados.
Las funciones de
servidumbre maquínica de las semióticas asignificantes
El concepto de sujeción social de Guattari coincide en muchos aspectos con el concepto de "gobierno mediante la individuación" que, según Foucault, caracteriza a las sociedades disciplinarias. Las funciones de "servidumbre maquínica" [asservissement machinique], por contra, no encuentran ninguna correspondencia entre las teorías políticas ni en las lingüísticas, constituyendo una contribución fundamental de Deleuze y Guattari a la comprensión de las sociedades contemporáneas[1].
El registro maquínico de la producción semiótica del capital funciona sobre la base de semióticas asignificantes que se orientan directamente hacia el cuerpo (hacia los afectos, los deseos, las emociones y las percepciones) mediante signos que, en lugar de producir una significación, desencadenan una acción, una reacción, un comportamiento, un actitud, una postura. Estas semióticas no significan nada; más bien, ponen en movimiento, activan.
La moneda, la televisión, la ciencia, la música, etcétera, pueden funcionar como máquinas de producción de signos que escriben directamente lo real y escriben directamente el cuerpo, sin pasar por una significación o una representación. La circulación del miedo, de la angustia o del pánico (los cuales constituyen la atmósfera y tonalidad que bañan a nuestras sociedades "securitarias") se desencadenan mediante máquinas de signos que no se dirigen a la conciencia sino directamente al sistema nervioso, a los afectos, a las emociones. Las semióticas simbólicas del cuerpo, en lugar de estar centradas en la lengua, son activadas como tales por la producción industrial, maquínica y no humana de imágenes, sonidos, palabras, intensidades, movimientos, ritmos, etcétera.
Mientras que las semióticas significantes tienen una función de alienación subjetiva y de "sujeción social", las semióticas asignificantes tienen una función de "servidumbre maquínica". Las semióticas asignificantes operan una sincronización y una modulación de componentes preindividuales y preverbales de la subjetividad haciendo que los afectos, las percepciones, las emociones, etcétera funcionen como piezas, componentes o elementos de una máquina (servidumbre maquínica). Todos nosotros podemos funcionar como componentes input/output de máquinas semióticas; como simples relés de la televisión o de Internet que dejan pasar o impiden el paso de la información, de la comunicación, de los afectos. A diferencia de las semióticas significantes, las semióticas asignificantes no conocen personas, ni roles, ni sujetos. Dado que la sujeción implica a personas globales –representaciones subjetivas molares fácilmente manipulables– "la sujeción maquínica agencia elementos infrapersonales e infrasociales, en razón de una economía molecular del deseo". La potencia de estas semióticas reside en el hecho de que atraviesan sistemas de representación o de significación en los cuales "se reconocen y se alienan los sujetos individuados".
La servidumbre maquínica no es, por tanto, lo mismo que la sujeción social. Si esta última se dirige a la dimensión molar e individuada de la subjetividad, la primera activa su dimensión molecular, preindividual y transindividual.
El sistema, en el primer caso, habla y hace hablar; indexa y capta la multiplicidad de semióticas presignificantes y simbólicas en el lenguaje y en cadenas lingüísticas privilegiando sus funciones representativas. E el segundo caso, en cambio, no produce discurso ni habla, sino que funciona y pone en movimiento conectándose directamente con "el sistema nervioso, el cerebro, la memoria, etcétera", es decir, activando relaciones afectivas, transitivas y transindividuales difícilmente atribuibles a un sujeto, a un individuo o a un yo. Estos dos registros semióticos trabajan juntos en la producción y en el control de la subjetividad, tanto en su dimensión molar como en la molecular. Como veremos a continuación, los mismos dispositivos semióticos pueden ser a la vez dispositivos de servidumbre maquínica y de sujeción social (la televisión, por ejemplo, puede constituirnos en sujeto, en usuario, o bien utilizarnos como simples relés que dejan pasar una información, una comunicación o signos que desencadenan una acción-reacción). Tenemos el privilegio de ser sometidos a los efectos de una y de otra a la vez.
La valorización de las semióticas simbólicas o presignificantes y la afirmación de su creatividad y de su poder actuar independientemente del lenguaje, acompaña y favorece la afirmación política de las minorías en los años sesenta y setenta. Estas materias y modalidades de expresión son en efecto las de las minorías: las mujeres, los niños, las locas, los enfermos, las minorías sexuales, lingüísticas y sociales. En realidad, se trata de semióticas y de modalidades de expresión de "todo el mundo", ya que se trata de semióticas y modalidades de expresión del cuerpo. El pluralismo semiótico es una pieza clave de la crítica de la subjetividad "mayoritaria" de las sociedades capitalistas que realizan Deleuze y Guattari.
En estas condiciones, el problema político que se plantea Guattari es el de distinguir radicalmente entre una "política de la significación" y una "política de la expresión", siendo esta última una política de la "experimentación". Tarea ingrata, puesto que la historia del movimiento obrero y notoriamente de su componente marxista ha practicado procesos de subjetivación en plena sintonía con las políticas de significación y de representación de las sociedades disciplinarias (la relación con lo real debe pasar por la conciencia y la representación).
Las semióticas
asignificantes
Hay que insistir en el papel que juegan y el sentido profundo que tienen las semióticas asignificantes (la moneda, los dispositivos de producción maquínicos de imágenes, de sonidos, de palabras; los signos, las ecuaciones y las fórmulas utilizadas por la ciencia; la música, etc.) puesto que la mayor parte de las teorías lingüísticas y políticas las ignoran, al tiempo que constituyen el pivote de las nuevas formas de gobierno capitalista. Es a partir de ellas que puede efectuarse una nueva distribución entre lo discursivo y lo no discursivo.
Las teorías lingüísticas y la filosofía analítica ignoran su existencia y su funcionamiento ya que dan por supuesto que la producción y la circulación de signos y palabras es un asunto esencialmente humano, de "intercambio" semiótico entre los hombres. Se fundan sobre una concepción logocéntrica de la enunciación, mientras que una parte creciente de las enunciaciones y de la circulación de signos se produce y trabaja mediante dispositivos maquínicos (televisión, cine, radio, Internet, etc.). En ellas, la enunciación es todavía territorializada y logocéntrica, mientras que el capitalismo se caracteriza por una enunciación desterritorializada y maquinocéntrica. Los medios de comunicación y las telecomunicaciones replican las antiguas relaciones "orales y escriturales", configurando nuevos agenciamientos de enunciación (individuales y colectivos).
Las teorías que hacen de la palabra y del lenguaje las más importantes o exclusivas formas de expresión política (Arendt, Rancière, Virno) parecen ignorar todo el resto de las semiologías asignificantes. Esto se debe a que el espacio público en el que se desarrolla el proceso de subjetivación (Rancière) o de individuación (Virno) se concibe como una escena teatral donde los sujetos políticos se constituyen en su dimensión molar y representativa, imitando la actuación de un artista o de un orador delante de un público. La metáfora teatral me parece particularmente perjudicial para aprehender el espacio político contemporáneo (Walter Benjamin: "esta nueva técnica vacía tanto los parlamentos como los teatros").
El proceso de subjetivación o de individuación se ve entonces mutilado, ya que en realidad las semióticas y las máquinas asignificantes rediseñan y reconfiguran el espacio público y sus modalidades de expresión, afectando directa y profundamente la "palabra política". Ésta ya no puede ser descrita mediante el funcionamiento del poder de acción del lenguaje tal y como se ejercía en la "polis" griega, que es lo que, siguiendo a Hannah Arendt, hacen tales teorías. En el espacio público contemporáneo la producción de la palabra se organiza "industrialmente" antes que "teatralmente". El proceso de subjetivación o de individuación ya no se puede reducir a la sujeción social, dejando completamente en suspenso la servidumbre maquínica. Paradójicamente, todas esas teorías políticas y lingüísticas contemporáneas que hacen directa o indirectamente referencia a la polis y/o al teatro nos colocan en una situación precapitalista.
El vídeo como un flujo
cualquiera
Según Deleuze y Guattari, el uso capitalista del lenguaje se realiza y se concreta solamente cuando aparecen los medios técnicos de expresión que permiten el desciframiento generalizado de los flujos que caracterizan al capitalismo. El flujo eléctrico se puede considerar como la realización de uno de esos flujos. El flujo eléctrico no produce ni símbolos ni significación, sino puntos-signos sin significación que producen los flujos de imágenes, de sonidos y de palabras, la cuales pueden por otra parte asumir una significación. El flujo eléctrico como tal es indiferente a sus productos. El videoartista Bill Viola nos describe cómo funciona este flujo asignificante: "la imagen vídeo es un motivo de ondas estacionarias de energía eléctrica, un sistema vibratorio compuesto por frecuencias específicas como las que se espera encontrar en cualquier objeto sonoro".
¿Cómo pasamos de las frecuencias y de las amplitudes de onda eléctricas (signos que no tienen significación) a las imágenes, los sonidos y las palabras que vehiculan significaciones? Por modulación. El sentido de este concepto (el cual utiliza Deleuze para explicar el dispositivo de poder de la sociedad de control y que se opone al "moldeado" de la sociedad disciplinaria) hay que buscarlo aquí, en la máquina vídeo. La televisión es un dispositivo que modula la onda portadora (de mensaje) actuando a la vez sobre su amplitud y su frecuencia. La cámara no captura las imágenes, sino las ondas que las constituyen, componiéndolas y descomponiéndolas por modulación. La producción y la transmisión de una imagen es en realidad la modulación de vibraciones, de ondas eléctricas, de la "mota visual" según una bella imagen de Bergson.
Tenemos, por tanto, una línea (una onda) abstracta y no figurativa, un flujo analógico de ondas eléctricas que vibran como un objeto sonoro y un dispositivo de modulación (televisión, radio, ordenador) que se aplica directamente sobre los flujos analógicos produciendo figuras, palabras, sonidos. La modulación es modulación de movimientos, de flujos, de intensidades, de vibraciones, de ritmos de un mundo previo al hombre (un mundo previo a la imagen tal y como la percibimos, un mundo previo al sonido tal y como lo escuchamos, un mundo previo a la palabra tal y como la articulamos). Un mundo de "experiencia pura" previo a la cristalización del objeto o del sujeto. Un mundo no "humano" en tanto que sobrepasa nuestras capacidades de percibir estos movimientos, estas intensidades, estos ritmos. Todo es movimiento en el vídeo, todo es tiempo. Pero movimientos y temporalidades no "humanas". "La división en líneas y tramas son únicamente divisiones en el tiempo: aperturas y cierres de ventanas temporales que delimitan periodos de actividad al interior del flujo electrónico. La imagen vídeo es, pues, un campo energético vivo y dinámico, una vibración que adopta una apariencia sólida solamente porque sobrepasa nuestra capacidad de discernir intervalos de tiempo tan finos" (Bill Viola).
Modulando estas intensidades, estos ritmos y estos movimientos, las máquinas asemióticas elaboran las condiciones de emergencia de la imagen, de la palabra, del sonido; es decir, elaboran las condiciones de emergencia de la acción, de la percepción, de la enunciación. Es de ahí de donde sacan su potencia ya que trabajan sobre el conjunto de las componentes de los procesos de subjetivación (lingüísticas y simbólicas), pero partiendo de este "vacío", anterior de hecho a toda significación y representación. Barren el conjunto de las modalidades de expresión, molares y moleculares.
La moneda
Lo que nos interesa en este marco es la relación entre línea abstracta no figurativa y producción de figura, ya que, en el capitalismo, la moneda funciona exactamente de la misma manera. La moneda como inversión, la moneda en tanto que capital, es un flujo indiferente a toda sustancia, a toda materia, a todo sujeto. Flujo absolutamente abstracto y no figurativo que puede dar lugar a cualquier figura (a cualquier producción). En los flujos monetarios es el sistema bancario el que opera la modulación de este flujo abstracto y no figurativo. El dispositivo bancario, al modular la frecuencia y la amplitud de la inversión, puede dar lugar a cualquier figura/producción. Es el sistema bancario el que opera la conversión de la línea abstracta de la moneda como capital en moneda de pago.
La moneda que circula en los bancos y que está inscrita en el balance de las empresas no es, en absoluto, la misma moneda que tenemos en nuestra cartera o que tocamos en forma de salarios o alquileres. Estas dos monedas, la moneda de cambio y la moneda de crédito, pertenecen a dos regímenes de poder diferentes. Lo que llamamos "poder adquisitivo" es en realidad una impotencia. Se trata de signos monetarios impotentes porque se limitan a una serie de transferencias posibles dentro del flujo de consumo que los flujos de crédito y la línea abstracta de la moneda como capital han determinado. "Estafa cósmica".
La moneda de crédito (línea abstracta no figurativa), por el contrario, tiene el poder de rearticular las cadenas económicas, de determinar un desplazamiento de las figuras, de actuar sobre la constitución de posibles. El crédito de inversión es capaz de escribir directamente lo real porque, como sabemos, no conoce ni sujetos ni objetos individuados, atraviesa las significaciones y las representaciones.
Las técnicas del
espíritu
Los contenidos de la subjetividad de la sociedad de control dependen de una multitud de sistemas maquínicos. Para describir esta "entrada en máquinas" de la subjetividad, en el sentido en el que se dice "entrar en la religión", bastaría con rememorar los gestos y las acciones que nosotros, hombres del occidente desarrollado, cumplimos todos los días en nuestra cotidianeidad:
Me levanto por la mañana y lo primero que hago es encender la luz activando así un dispositivo tecnológico que permite un desciframiento generalizado del flujo propio del capitalismo. Un flujo cualquiera indiferente a todo producto y a toda actualización pero que, compuesto de puntos-signos sin significación, va a penetrar y hacer funcionar todos los otros dispositivos tecnológicos que activaré a lo largo del día.
Mientras me tomo el desayuno escucho la radio. Las dimensiones espaciales y temporales habituales de mi mundo sonoro son suspendidas. Los esquemas sensomotores habituales sobre los que se funda la percepción sonora son neutralizados. La voz, la palabra y el sonido son desterritorializados ya que han perdido toda relación con un cuerpo, un lugar, una situación, un territorio. La difusión radiofónica ya no ofrece "la orientación, los límites y la estructura del espacio" de la enunciación, sino solamente "relaciones entre intensidades sonoras" (Serge Cardinal). Lo que la radio aprehende "no son tanto fragmentos sonoros entendidos como cualidades sensibles referidas a un objeto, sino más bien una serie ilimitada de modos, de fuerzas pasivas y activas de afección". "Lo sonoro comporta fuerzas elementales (intensidades, tono, intervalos, ritmo y tempo) que tienen un impacto más directo sobre las gentes que el sentido de las palabras: es ahí donde reside (según Arnheim, citado por Cardinal) el fundamento del arte radiofónico". Pero es ahí también donde reside el fundamento del gobierno de las sociedades de control.
Antes de salir telefoneo para avisar que llegaré media hora tarde. ¿Dónde tiene lugar la comunicación? ¿En mi casa? ¿En la de mi interlocutor? ¿En el dispositivo de comunicación? ¿Cuál es el contexto de esta enunciación?
En la calle busco un cajero automático para sacar dinero; un dispositivo electrónico, informático y telemático que no emite sino puntos-signos sin significación el cual satisface mi petición poniendo a mi disposición signos monetarios que guardo en el bolsillo. Flujo de poder adquisitivo que, como sabemos, no tiene en realidad ningún poder que intercambiarse con otros signos mercantilizados, ostensiblemente pegados en los pasillos del metro que debo tomar. La taquilla automática del metro es un sistema de regulación y de control sin significación la cual puede, sin embargo, producir significaciones en la medida en que me exige sin cesar el cobro de mis signos sin poder, modulando continuadamente la necesidad de trabajar.
Antes de entrar en el metro compro un periódico. La lectura del diario me enfrenta a una especificidad capitalista de escritura y a otra máquina de signos y de información. Dejemos la palabra a Gabriel Tarde quien, a finales del siglo XIX, había ya subrayado la diferencia de este modo de enunciación "mudo" en relación a la polis griega: "Los oradores políticos griegos componían un discurso destinado a ser pronunciado en un tiempo muy corto, en un espacio que no excedía jamás el alcance de la voz humana" frente a un número restringido de hombres "momentáneamente sustraídos a cualquier otra influencia ambiental", y que compartían con el orador "un mismo estado de ánimo".
La función del periódico parece ser completamente otra. "El periódico se dirige a un público mucho más extenso, más disperso, compuesto por individuos que, mientras leen los artículos, están sometidos a distracciones de todo género, escuchan el rumor de las conversaciones alrededor suyo, en su círculo o en el café, a veces con ideas contrarias a las del articulista". Los lectores, como los radioyentes, no ven jamás al escritor ni sus gestos, ni sus posturas, ni los rasgos de su rostro, y, a diferencia de la radio, no escuchan ni su voz ni su entonación. A diferencia del orador, quien con un solo discurso condiciona el ánimo de sus auditores, hacen falta muchos artículos para obtener el mismo resultado ya que "el artículo no es más que un anillo de una cadena de artículos, que por lo general emanan de múltiples escritores que componen el equipo de redacción del periódico".
Es a partir de la revolución francesa que este grande y complejo "discurso mudo" está en condiciones de conducir nuestras democracias. La gran dificultad de un periódico estriba en formar su público y conservarlo. Un público ni se constituye ni se conserva con un cuerpo de ideas coherentes o con la exposición de argumentos armoniosos, como sucede con la retórica del orador. "El tema del diario se compone de innumerables temas, incoherentes, que le son provistos cada mañana por los acontecimientos del día o de la vigilia. Es como si, en el curso de una arenga de Demóstenes contra Filipo, a cada instante se le acercasen mensajeros para aportarle noticias frescas, y como si el recitado o la interpretación de estas informaciones constituyese su discurso".
Al regresar a casa miro, junto con otros ocho millones de franceses, un telediario. Constituimos una inmensa red neuronal, una red de cuerpos y de almas, de afectos, de emociones y de pasiones simultáneamente sincronizados. Constituimos un inmenso sistema nervioso expuesto a las palabras de orden del poder. ¿Quién habla en el aparato y quién se dirige a quién? El busto parlante de turno no es más que la terminal de un agenciamiento "industrial" de producción de enunciación en el cual la redacción, los periodistas, los trabajadores free-lance e intermitentes no son más que una parte (y no necesariamente la más importante) de la cadena de producción. La voz del presentador es una "polifonía" nada simpática. En su voz resuenan las voces de los poderes fácticos, de los anunciantes publicitarios, de otros medios escritos y electrónicos y las de los PDG[2] cuyo proyecto "cultural" consiste en poner los cerebros a disposición del marketing de las empresas.
Los ocho millones de telespectadores se encuentran de esta manera, cada uno en sus respectiva casa, en el centro de un agenciamiento y en el cruce de una serie de flujos. Las modalidades de movilización de la atención, la manera de organizar los programas y de presentar los temas reproducen, de diferentes maneras, la experiencia de leer el periódico o de escuchar la radio. Pero aparecen elementos nuevos ligados a la especificidad tecnológica del dispositivo. Frente a mi aparato de televisión, de esta manera, soy el entrecruzamiento de: "(1) una fascinación perceptiva provocada por el barrido luminoso del aparato que confina al hipnotismo, (2) una relación de captura del contenido narrativo de la emisión la cual está asociada a una vigilancia lateral con la vista puesta en los acontecimientos circundantes (el agua que hierve en la cocina, el grito de un niño, el teléfono...), (3) un mundo de fantasmas que habitan mi ensoñación... Mi sentimiento de identidad personal se ve así tironeado desde diferentes direcciones" (Guattari).
Antes de ir al cine respondo a los emails que he recibido durante el día y entro en un dispositivo de escritura y de comunicación completamente diferente en el cual, por utilizar palabras de Bajtin, la "comprensión y la capacidad de respuesta activas" que la televisión ha neutralizado se pueden desbordar. Entro en otro espacio público.
Llego al cine justo para la última sesión en donde tengo otra experiencia de suspensión "ordinaria" del mundo. Esta vez la suspensión concierne a la percepción y a sus coordenadas habituales de espacio y tiempo. Mi sistema sensomotor queda en suspenso, porque las imágenes y los movimientos no dependen ni de objetos ni de mi cerebro, sino que son el producto automático de un dispositivo maquínico. El montaje perturba los lazos entre situación, imágenes y movimientos, haciéndome entrar en otro bloque espaciotemporal. En las semiologías presignificantes o simbólicas las materias y las formas de expresión son paralelas y no articuladas de forma lineal, como sucede en la lengua. En un film hay diferentes líneas de expresión: la línea sonora, la línea visual, la línea de la luz, la del color, etcétera. "No se puede hablar de ninguna sintaxis ni de ninguna llave que homogenice la relación entre estas diferentes líneas" (Guattari).
La cuestión política que se debe plantear frente a los procesos de sujeción y servidumbre que hemos evocado es la siguiente: ¿cómo sustraerse a estas relaciones de dominación y cómo desarrollar a partir de estas mismas tecnologías prácticas de libertad, procesos de subjetivación individuales y colectivos?
Referencias
bibliográficas
Mijail Bajtin, Estética de la creación verbal, Siglo XXI, México, 1982.
Walter Benjamin, "La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica", Discursos interrumpidos I, Taurus, Madrid, 1987 (3ª).
Serge Cardinal, "La radio, modulateur de l’audible", en Chimères, nº 53,
Gilles Deleuze y Félix Guattari, El Anti Edipo. Capitalismo y esquizofrenia, Paidós, Barcelona, 1998.
Félix Guattari, La révolution moléculaire, Paris, Editions Recherche, 1977 [véase en castellano: Plan sobre el planeta. Capitalismo mundial integrado y revoluciones moleculares, Traficantes de Sueños, Madrid, 2004].
Félix Guattari, "A propos des machines", en Chimeres, nº 19.
Félix Guattari, Caosmosis, Manantial, Buenos Aires, 1996.
Gabriel Tarde, Les transformations du pouvoir, Les empechêurs de penser en rond, París, 2004.
Bill Viola, "Le son d’une ligne de balayage“, en Chimères, nº 11.[1] Lazzarato discute la relación entre "sujeción social" y "servidumbre maquínica", fundamentalmente en su relación con la televisión, en otro texto titulado: "La máquina" (http://transform.eipcp.net/transversal/1106/lazzarato/es). Sobre la definición original de estos conceptos se puede ver Félix Guattari, Plan sobre el planeta. Capitalismo mundial integrado y revoluciones moleculares, Traficantes de Sueños, Madrid, 2004 (accesible en <http://traficantes.net>) [NdT].
[2] "Président-directeur général", los presidentes de los consejos de administración de las empresas [NdT].