Traducción de Marcelo Expósito, revisada por Joaquín Barriendos
Este texto ha sido escrito como epílogo a un libro de Gerald Raunig que verá la luz en alemán a comienzos de 2008, y cuya versión preparatoria está disponible en este monográfico de transversal: máquinas y subjetivación (http://transform.eipcp.net/transversal/1106/raunig/es).
El gran
mérito del trabajo de Gerald Raunig consiste en poner de nuevo en circulación
el concepto de máquina tal y como Deleuze y Guattari lo han formulado, y en
confrontarlo además con la tradición marxista que se expresa innovadoramente en
el posoperaísmo. Dicho trabajo muestra los
posibles entrecruzamientos y continuidade, dejando también entrever también las
discontinuidades, entre esas dos teorías desarrolladas en épocas sensiblemente
diferentes.
Me gustaría ahora, sencillamente, retomar algunos elementos de la teoría de las máquinas de Deleuze y Guattari mostrando cómo puede contribuir a una definición del capitalismo contemporáneo. Sus convergencias y diferencias respecto a la teoría posoperaísta se harán de por sí evidentes. Interpretando el punto de vista de Deleuze y Guattari se podría afirmar que el capitalismo no es un “modo de producción”; ya no es un sistema, sino un conjunto de dispositivos de servidumbre maquínica [asservissement machinique] y a la vez un conjunto de dispositivos de sujeción social [assujettissement sociale]. Los dispositivos son máquinas, no obstante, como Gerald remarca siguiendo a Deleuze y Guattari, las máquinas ya no dependen de la techne. La máquina tecnológica es sólo un caso de maquinismo. Hay máquinas técnicas, estéticas, económicas, sociales, etcétera.
Uno puede vivir sometido a “servidumbre” o puede estar “sujeto” a una máquina (técnica, social, comunicativa, etcétera). Estamos bajo la servidumbre a una máquina en tanto constituimos una pieza, uno de los elementos que le permiten funcionar. Estamos sujetos a la máquina en tanto que somos sus usuarios, en tanto que somos sujetos de acción de los que ella se sirve. La sujeción actúa sobre la dimensión molar del individuo (su dimensión social, sus roles, sus funciones, sus representaciones, sus afectos), mientras que la servidumbre maquínica actúa sobre la dimensión molecular, preindividual, infrasocial (los afectos, las sensaciones, los deseos, las relaciones aún no individualizadas, no asignables a un sujeto). Intentaré ejemplificar las características de los dispositivos de servidumbre y de sujeción mediante su funcionamiento a través de la “máquina” televisión.
La constitución del sujeto en la comunicación y en el lenguaje
“¿Quién osaría pretender
aún hoy que su cólera sea verdaderamente suya,
cuando tantos se atreven a
decirle cómo se siente, sabiéndolo mejor que él mismo?”
(Robert Musil, El hombre sin
atributos).
El sistema capitalista, mediante la sujeción social, produce y distribuye roles y funciones, nos equipa con una subjetividad y nos asigna una individuación específica (identidad, sexo, profesión, nacionalidad, etcétera). La sujeción, por una parte, nos individúa, nos constituye en sujeto siguiendo las exigencias del poder y, por otra parte, une a cada individuo a una identidad “propia y sabida”, bien determinada de una vez por todas.
¿Cuál es la forma en que la televisión produce sujeción? ¿Qué papel juegan el lenguaje y la comunicación en este proceso?
La función-sujeto en la comunicación y en el lenguaje no tiene nada de natural; debe ser, por el contrario, constituida e impuesta. Según Deleuze y Guattari el sujeto no es ni condición de lenguaje ni causa de enunciado. En realidad, dice Deleuze, lo que produce los enunciados en cada uno de nosotros no es nosotros, en tanto que sujeto, sino algo totalmente diferente: son “las multiplicidades, las masas y los grupos, los pueblos y las tribus, los agenciamientos colectivos que nos atraviesan, interiores a nosotros, y que ya no conocemos”. Son ellos los que nos hacen hablar y es a partir de ellos que producimos enunciados. No hay sujeto, sólo hay agenciamientos colectivos de enunciación productores de enunciados. “El enunciado es siempre colectivo, incluso cuando parece haber sido emitido por una singularidad solitaria como la del artista”[1].
La máquina televisual extrae de estos agenciamientos colectivos, de la multiplicidad que nos atraviesa y nos constituye, un sujeto que se piensa y se vive como causa y origen absoluto e individual de sus expresiones, palabras, afectos. La televisión funciona a partir de un pequeño número de enunciados ya codificados que son los enunciados de la realidad dominante y a partir también de una serie de modalidades de expresión prefabricadas, buscando que estos enunciados y expresiones lo sean también de los sujetos individuales. ¿De qué manera lo hace?
La televisión hace que los enunciados conformes a la realidad dominante del capitalismo pasen por enunciados de los individuos, mediante la puesta en funcionamiento de una máquina de interpretación de sus palabras y de su expresión y una máquina de subjetivación [subjectivation] que funciona a partir de la constitución de un doble del sujeto. La televisión te incita a hablar en tanto que sujeto de enunciación como si fueses la causa y el origen de los enunciados y, al mismo tiempo, eres hablado, como sujeto de enunciación, por la misma máquina de comunicación. Si eres entrevistado en la televisión (poco importa si es en un programa de literatura, en un talk show o si expones tu vida en un reality show), eres instituido como sujeto de enunciación (“Eres tú, querido espectador, o tú, querido invitado, quien hace la televisión”) y sometido a una máquina de interpretación con diversos engranajes. Por encima de todo pasas por el dominio de una máquina no discursiva que interpreta, selecciona y normaliza incluso antes de que comiences a hablar.
Siguiendo la evolución de las ciencias del lenguaje, de la lingüística a la pragmática, la televisión se ocupa de todos los componentes de la enunciación, lingüísticos y no lingüísticos. La televisión no solamente funciona a partir de un pequeño número de enunciados preelaborados sino también a partir de la selección de un cierto léxico, de una cierta entonación, de una cierta velocidad de la cadencia de la palabra, de un cierto comportamiento, de un cierto ritmo, de una cierta gestualidad, de una cierta forma de vestir, de una cierta distribución de las tonalidades de color, de un cierto marco en el que hablas, de un cierto encuadre de la imagen, etcétera. Desde que abres la boca pasas por la interpretación discursiva del periodista, quien, ayudado por el experto y el profesional, calcula el lapso que aún media, eventualmente, entre tu enunciación, tu subjetivación, tus significados y los enunciados, la subjetivación y los significados dominantes. Al final de la entrevista eres un sujeto de enunciado, un efecto de las semióticas de la máquina de comunicación, que se considera sujeto de enunciación, que se ve como la causa y el origen absoluto e individual de los enunciados cuando en realidad es el resultado de un maquinaria de la que no es más que un terminal. Tu palabra es rebatida en el plano de los enunciados y las modalidades de expresión que se te imponen y que se ocupan de ti, y tu realidad mental es rebatida en el plano de la realidad dominante. Eres vertido en los enunciados y las expresiones de la máquina de comunicación sin que caigas en la cuenta.
En la televisión te arriesgas siempre a caer en la trampa de los significados y las subjetivaciones dominantes, hagas lo que hagas y digas lo que digas. Hablas, pero te arriesgas a no decir nada que de veras te importe. Todos los dispositivos de enunciación de nuestras sociedades democráticas son variaciones más o menos sofisticadas de este desdoblamiento del sujeto mediante el cual el sujeto de enunciación se debe reflejar en un sujeto de enunciado: sondeos, marketing, elecciones, representación política y sindical, etcétera. En tanto que elector, se te solicita expresar tu opinión como sujeto de enunciación pero, al mismo tiempo, ya has sido hablado como sujeto de un enunciado, dado que tu libertad de expresión se limita a elegir entre posibles ya codificados. La elección, como los sondeos, como el marketing, como la representación sindical y política, presupone el consenso y el acuerdo previos sobre las cuestiones y sobre los problemas respecto a los cuales se te ha pedido opinar. Cuanto más te explicas, cuanto más hablas, tanto más entras en interactividad con la máquina de comunicación, tanto más renuncias a lo que quieres decir, puesto que los dispositivos comunicacionales te escinden de tus propios agenciamientos colectivos de enunciación para entroncarte con otros agenciamientos colectivos (la televisión en este caso).
La sujeción no es una cuestión de ideología. No concierne especialmente a los signos, a los lenguajes, a la comunicación; la economía es también una potente máquina de subjetivación. El propio capitalismo se puede definir no sólo como un modo de producción, sino también como una máquina de subjetivación. Para Deleuze y Guattari, el capital actúa como un formidable “punto de subjetivación que constituye a todos los hombres en sujeto, pero unos, los capitalistas, son sujetos de enunciación, mientras que otros, los proletarios, son sujetos de enunciado sujetos a máquinas técnicas”[2].
La transformación del salariado en “capital humano”, en empresario de sí mismo, tal y como lo conforman las técnicas de dominio contemporáneas, es la realización simultánea de procesos de subjetivación y de procesos de explotación, ya que, aquí, es el propio individuo quien se desdobla. Por una parte, el individuo lleva la subjetivación al paroxismo, dado que implica en todas sus actividades los recursos “inmateriales” y “cognitivos” de “sí mismo”, y por otra parte lleva a identificar subjetivación y explotación, dado que es a la vez patrón de sí mismo y esclavo de sí mismo, capitalista y proletario, sujeto de enunciación y sujeto de enunciado.
La
servidumbre maquínica
“Someter en un sentido
cercano al de la cibernética, en otras palabras,
teledirigir, poner en
retroacción y abrirse a nuevos posibles”
(Félix Guattari).
La máquina-televisión actúa entonces como un dispositivo de sujeción maquínica que se alimenta del funcionamiento de base de los comportamientos perceptivos, sensitivos, afectivos, cognitivos y lingüísticos, operando de este modo sobre los resortes mismos de la vida y de la actividad humana.
La servidumbre maquínica consiste en la movilización y en la modulación de los componentes preindividuales, precognitivos y preverbales de la subjetividad, haciendo funcionar los afectos, las percepciones, las sensaciones aún no individuadas, aún no asignables a un sujeto, etc., como elementos de una máquina. Mientras que la sujeción implica a personas globales, representaciones subjetivas molares fácilmente manipulables, “la servidumbre maquínica agencia elementos infrapersonales, infrasociales, en razón de una economía molecular del deseo más difícil de mantener en el seno de las relaciones sociales estratificadas” que movilizan a los sujetos individuales. La servidumbre maquínica, por tanto, no es lo mismo que la sujeción social. Si esta última se dirige a la dimensión molar, individuada, de la subjetividad, la primera activa su dimensión molecular, preindividual, preverbal, presocial.
En la servidumbre maquínica ya no somos usuarios de la televisión, “sujetos” que se relacionan con ella como un objeto externo. En la servidumbre maquínica somos agenciados a la televisión y funcionamos como componentes de dispositivos, como elementos de input/output, como simples relés de la televisión, que hacen pasar y/o impiden el paso de la información, de la comunicación, de los signos. En la servidumbre maquínica hacemos literalmente cuerpo con la máquina. El funcionamiento de la servidumbre maquínica no conoce distinción entre “humano” y no humano, entre sujeto y objeto, sensible e inteligible. La sujeción social considera a los individuos y a las máquinas como totalidades cerradas sobre sí mismas (el sujeto y el objeto) y traza entre ellas fronteras infranqueables. La servidumbre maquínica, por contra, considera a los individuos y a las máquinas como multiplicidades abiertas. El individuo y la máquina son conjuntos de elementos, de afectos, de órganos, de flujos, de funciones que se sitúan en el mismo plano y que no se pueden oponer según dualismos como sujeto/objeto, humano/no humano, sensible/inteligible. Las funciones, órganos y fuerzas del hombre se agencian con ciertas funciones, órganos y fuerzas de la máquina técnica; juntos constituyen un agenciamiento.
Hay, según Guattari, un aspecto “vivo”, una capacidad enunciativa, un reservorio de posibles que existen en el seno de la máquina y que podemos descubrir sólo si nos instalamos en esta dimensión maquínica. La máquina no es solamente la totalidad de sus piezas, los elementos que la componen. “Es portadora de un factor de autoorganización, de feed-back y de autoreferencialidad incluso en su estado maquínico”. Tiene un poder: el poder de abrir procesos de creación. De este modo, por extraño que pueda parecer a la tradición del pensamiento occidental, la “subjetividad” se encuentra a la vez del lado del sujeto y del lado del objeto.
La fuerza principal del capitalismo tiende a estos dos dispositivos los cuales funcionan como dos caras de la misma moneda, pero es la servidumbre maquínica la que confiere al capitalismo una suerte de omnipotencia, ya que atraviesa los roles, las funciones y los significados mediante los cuales los individuos se reconocen y se alienan. Es mediante la servidumbre maquínica que el capital llega a poner a trabajar las funciones perceptivas, los afectos, los comportamientos inconscientes, la dinámica preverbal y preindividual y sus componentes intensivos, atemporales, aespaciales, asignificantes. Es mediante estos mecanismos que el capital asume el control de la carga de deseo que porta la humanidad.
Esta parte de la realidad de la “producción” capitalista permanece en gran parte invisible. Ni siquiera la noción de “transindividualidad” alcanza a aprehenderla, porque habría que hablar sobre todo de “transmaquínica”, de relaciones que operan simultáneamente a este lado y más allá de la dimensión social e individual. Es en este sentido que Deleuze y Guattari hablan de tiempo maquínico, de una plusvalía maquínica, de una producción maquínica. Sea como fuere, es sobre esta base que se da la acumulación, la producción de valor y la explotación. Esta parte “invisible” de la producción capitalista, siendo la más importante, paradójicamente no es tomada jamás en cuenta por la contabilidad del valor, es la parte que escapa a toda medida.
La parte de servidumbre maquínica que según Guattari conlleva el trabajo humano (o la comunicación) “no es nunca cuantificable en cuanto tal”, porque no es contable. “A cambio, la sujeción subjetiva, la alienación social inherente a un puesto de trabajo o a cualquier función social, es siempre perfectamente contable”. Se puede medir un tiempo de presencia, un tiempo de alienación social de un sujeto, pero no lo que aporta, al menos no lo que aporta al nivel maquínico. Se puede cuantificar el trabajo aparente de un físico, su tiempo de alienación social, el tiempo que pasa en su laboratorio, no el valor maquínico de las fórmulas que elabora. La paradoja de Marx consiste en haber descrito una producción maquínica y haber querido medirla mediante la sujeción, mediante la temporalidad humana (el tiempo de trabajo del obrero).
El
ritornelo o la producción de subjetividad o la máquina abstracta
Las maquinarias de servidumbre y de subjetivación trabajan sobre las relaciones. Su acción, según la definición de poder en Foucault, es una acción sobre una acción posible, una acción sobre individuos “libres”, es decir, sobre individuos que pueden siempre, virtualmente, actuar diferente. Ello no implica solamente eventuales fracasos en la sujeción, resultados imprevisibles, la activación de desviaciones, de trucos, de resistencias de los individuos, sino también la posibilidad de procesos de subjetivación independientes, autónomos. Encontramos aquí el tercer concepto de máquina: la “máquina abstracta”, cuyo funcionamiento ejemplificaremos de nuevo mediante la televisión.
En el momento en que miro la televisión me encuentro en el cruce de diferentes dispositivos: (1) de dispositivos que podemos definir como de servidumbre maquínica y que aquí pueden estar representados por “la fascinación perceptiva provocada por el barrido luminoso del aparato”[3], que puede agenciarse con intensidades, temporalidades, afectos del cuerpo, del cerebro, de la memoria, que me atraviesan y que constituyen mi dimensión preindividual, molecular; (2) de una relación de captura mediante el contenido narrativo que moviliza mis representaciones, mis sentimientos, mis hábitos en tanto que sujeto (mi dimensión molar); (3) de un mundo de fantasmas conscientes e inconscientes que habitan mis fantasías...
A pesar de la variedad de componentes de sujeción y servidumbre, a pesar de la diversidad de temas de expresión y de sustancias de enunciación lingüísticas y maquínicas, discursivas y no discursivas que me atraviesan, conservo un sentimiento relativo de unicidad y de clausura, de completitud. Este sentimiento de unicidad y de completitud viene dado por lo que Deleuze y Guattari llaman ritornelo. De este conjunto de dispositivos se escinde un “tema”, un ritornelo que funciona como un “imán”. “Las diferentes componentes conservan su heterogeneidad, pero son capturadas sin embargo por un ritornelo”[4] que las mantiene juntas.
El ritornelo nos remite a las técnicas de producción de subjetividad, de “relación consigo” de Michel Foucault. De las relaciones de poder y de saber se escinden procesos de subjetivación que escapan a ellas.
El ritornelo es la condición para que funcione la “máquina abstracta”, la cual, a pesar de su nombre, es la máquina más singular, la que llega a funcionar transversalmente y a todos los niveles, dotándolos de una consistencia no solamente cognitiva o estética, sino sobre todo existencial. La máquina abstracta agencia elementos materiales y semióticos, pero lo hace a partir de un punto no discursivo, de un punto innombrable e inenarrable, porque toca el foco de no discursividad que yace en el corazón de la discursividad. Opera una mutación subjetiva, haciendo franquear umbrales existenciales.
Guattari describe de esta manera la “máquina abstracta” Debussy: “Se trata de una enunciación, un corte, una suerte de foco no discursivo. No sólo está la dimensión musical, sino también las dimensiones adyacentes, plásticas, literarias, sociales (el salón, el nacionalismo), etcétera. Se trata por tanto de un universo heterogéneo con componentes múltiples. De estas constelaciones de universos, de mundos, se escinde un ‘enunciador’ que las mantiene juntas de una nueva manera”.
Hay en el ritornelo, en la relación consigo, en la producción de subjetividad, la posibilidad de ejecutar el acontecimiento; existe la posibilidad de sustraerse a la producción serializada y estandarizada de la subjetividad. Pero esta posibilidad ha de ser construida. Los posibles han de ser creados. Es éste el sentido del “paradigma estético” de Guattari: construir los dispositivos políticos, económicos y estéticos en los que tal mutación existencial pueda ser experimentada. Una política de la experimentación y no de la representación.
[1] Gilles Deleuze y Félix Guattari, Kafka. Para una literatura menor, Era, México, 1980.
[2] Gilles Deleuze y Félix Guattari, Mil Mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, Pre-Textos, Valencia, 2002.
[3] Félix Guattari, Caosmosis, Manantial, Buenos Aires, 2001.
[4] Ibídem.